
La historia de Frodo es la historia de cada uno de nosotros. Primero, hemos de encontrarnos a nosotros mismos, descubrir que no hemos nacido sólo para comer, trabajar, dormir y pasarlo bien, que todo nuestro ser está preparado para responder a un reto, y que es respondiendo a ese reto como nos encontramos a nosotros mismos. Cuando Frodo pone los pies en el camino, descubre que ha nacido peregrino, que ha nacido para hacer esa peregrinación y que nadie la puede hacer por él. Como todos.
Esa misión conlleva cargar con una cruz. Es dolorosa. Si Frodo se quedara en casa, evitaría la cruz, pero nunca llegaría a ser el verdadero Frodo. La cruz le duele, le desanima, muchas veces tiene que hacerse fuerza a sí mismo para seguir adelante.
Y carga con algo que le hace sufrir, que podría apoderarse de él, que le tienta como una droga y que si se abandonara en ello le transformaría en drogadicto, como le ocurrió a la criatura Gollum que, comida por la confusión, ya ni siquiera sabe quién es. En la teología cristiana, llamamos concupiscencia a la atracción por salirnos del camino que marca la voluntad de Dios, por la atracción del placer, la fama o el poder desordenados. Es una consecuencia del pecado original. Aunque el pecado original es borrado por el Bautismo, éste no elimina esa huella de atracción fatal en el alma. Esto se puede creer o no creer, pero cualquiera que haya comprobado el crecimiento de un niño se dará cuenta de cómo la atracción por el mal constituye, por desgracia, algo innato en el ser humano desde la infancia. El anillo se parece mucho a la concupiscencia. La concupiscencia nos permite "evadirnos" de las dificultades, es como una droga, y cuando más la atendemos, más nos posee.
Sin embargo, ahí mismo encuentro una particularidad negativa de la historia. La concupiscencia -el anillo- de Frodo, en la película se presenta como algo a lo que necesita entregarse para cumplir su misión. Quizá en la obra original, este matiz de radical importancia sea de otra forma. Habría sido aceptable presentar a Frodo cayendo por debilidad en ponerse el anillo, si de alguna forma se dejase claro en la película que eso está mal, que ha de evitarlo para no poner en peligro su misión. En la película, Frodo sabe que ponerse el anillo es malo para él, trata de evitarlo, pero a veces no tiene más remedio que hacerlo... Trasladado esto al terreno moral, significaría que el bien está muy bien y es lo que nos mueve, pero que no tenemos más remedio que "utilizar" de vez en cuando el mal, de una forma controlada, para seguir vivos e incluso para cumplir la misión buena que tenemos encomendada. Esa visión coincide con una interpretación errónea de la existencia, según la cual no se podría optar por el bien puro; el bien puro sería imposible de practicar en este mundo imperfecto y habría que aceptar un cierto grado de mal, aprendiendo a controlarlo.
Pero eso distaría por completo de la moral cristiana, de las enseñanzas de Jesucristo, que nos dice (en Mateo 5,48): "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". Esto nos lleva a uno de los puntos más importantes de la moral católica: "el fin no justifica los medios". Esta regla, si se piensa bien, puede llegar a parecer terrible en algunas circunstancias. Implica que yo no debo hacer algo que está mal aunque con ello consiguiera salvar a toda la humanidad. ¿Y por qué? Porque no puede ser voluntad de Dios que yo haga ningún mal, ni siquiera el más pequeño. Si no veo otra solución que esa, debo abstenerme de usarla y abandonarme en sus manos. Si por eso se hunde el mundo, a lo mejor es que tiene que hundirse; pero hacer el mal, jamás. Hay un viejo aforismo cristiano que dice: "con el mal no se dialoga".
Eso nos suena terrible en esta época, en la que creemos que nosotros solos tenemos el control de todo y no nos abandonamos en manos de Dios. La realidad es que, cuando rechazamos el mal y nos abandonamos en Dios, Él suele encontrar medios mejores que los que habíamos pensado para solucionar el problema. O a veces, es que ha de ser así y debemos soportar el problema y sus consecuencias, como Cristo murió en la cruz.
Un ejemplo claro es el uso del preservativo para prevenir el SIDA. Tal como se presentaba la cosa hace 20 años, parecía que el preservativo era necesario para evitar la expansión del SIDA. Aunque la Iglesia señala que su uso no es moralmente lícito, parecía que, ante el riesgo de una enfermedad mortal, había que aceptarlo. Y un santo como Juan Pablo II dijo: no, ése no es el camino, ésa no puede ser la voluntad de Dios para enfrentarnos al terrible problema del SIDA. A él le preocupaban como al que más los enfermos de SIDA, pero sabía que esa solución no era lo que quería Dios. Pues bien, después de más de veinte años, los únicos países africanos que han logrado contener y disminuir la transmisión del SIDA han sido naciones como Uganda o Kenia, que han abandonado la política de repartir preservativos y promover su uso, y se han dedicado a informar sobre el riesgo y a promover la castidad en los solteros y la fidelidad en los casados. Decía el presidente de Uganda que los preservativos les daban una falsa seguridad, mantenían y fomentaban la promiscuidad, y la promiscuidad era lo que les estaba matando. Como cosecuencia de la reducción del SIDA y la protección de la unidad familiar, Uganda ha experimentado un progreso económico espectacular.
Por tanto -a lo que íbamos- la película "El Señor de los Anillos" me parece, en ese punto esencial, una historia "mágica", en la que el hombre, para cumplir su misión, se ve obligado a negociar con el mal, a arriesgarse y ceder a su concupiscencia de forma controlada, y no por la atracción que siente, sino por mera necesidad de supervivencia. Esto es un gran error. El lado oscuro de la magia se basa en esto, en "aprender" a controlar un poder distinto al poder de Dios.
La fantasía también tiene que ser verdad. Creo que esta película falla en eso, pero no sé si refleja verdaderamente la obra de Tolkien. Hay otra cosa que me extraña en una historia fantástica que se fundamenta en una obra escrita por un católico: la casi total ausencia del sentido del humor, de la risa. No sé si es que en el original de Tolkien no aparece -me extrañaría- pero en la película llega a aburrir tanta cara larga. Los personajes son tan arquetípicos como distantes, como si fuesen conscientes de la enorme trascendencia de cada uno de sus actos y palabras. Como diría un paisano: ¡qué estiraos...!
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