El domingo pasado, en la Misa de la Ascensión del Señor, encontré un sentido más pleno y triunfante a este misterio de la vida de Jesús. El sacerdote, citando en su homilía una carta de San Pablo, dijo: "se llevó cautiva la cautividad" ("Captivam duxit captivitatem", Eph 4, 6).

La Ascensión no es sólo una merecida vuelta al descanso de la casa tras la batalla. Como los generales victoriosos, Jesús vuelve en gloria, y lleva consigo su trofeo, se lleva cautivo al enemigo: se llevó cautiva la cautividad.¿Qué cautividad? La que nos imponía el pecado.

Jesús se ha llevado encadenada nuestra cautividad del pecado y de la muerte, y gracias a Él, con Él y en Él, podemos vencerlos nosotros.
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