(Esto estáis dispensados de leerlo. Es un rollo larguísimo que escribí como "pensando en voz alta" para ayudarme a meditar e investigar sobre esta frase que quería entender).
Me llama la atención esta frase porque no sé lo que significa. Y me llama también la atención que, cuando hablamos de lo que dice la Escritura sobre la Virgen María, solemos pasar por alto estas palabras. Recordemos: Simeón, movido por el Espíritu Santo, que estaba con él (Lc 2,26-27) y le había revelado que no moriría sin ver al Cristo del Señor, fue al Templo cuando José y María fueron allí para la purificación de María, cumpliendo la Ley, y para la presentación de Jesús, su primogénito. Simeón se encuentra con ellos, eleva una oración a Dios por haber visto al Niño, y luego bendice a José y a María, y le da a ella la profecía que luego investigaremos.
Lo primero que me llama la atención es la relación de este pasaje con el bautismo de Jesús en el Jordán. Porque Jesús no necesitaba bautizarse; lo hace porque quiere, pero sin que le corresponda. El bautismo de Juan era para perdonar los pecados, por tanto, sólo había un requisito para poder acceder a él: ser pecador. Justo lo único que Jesús no era. ¿Y por qué lo hace, por qué se hace bautizar por Juan? Pues lo hace justo cuando inaugura su vida pública, su misión, y con ello nos hace ver a qué ha venido: el que no tiene pecado, ha venido a tomar el lugar que no le corresponde, el de los pecadores, haciéndose pasar por uno de ellos, de nosotros.
"No hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz". (Filipenses 2,6-8).
"La condición de esclavo": ¿esclavo de quién? Del pecado. Nos dice que, aunque no le corresponde, ha venido para ocupar el sitio que nos corresponde a nosotros, el de los pecadores. Ha venido a soportar la esclavitud que nos corresponde a nosotros. No para igualarnos en el pecado, no para pecar, sino para sufrir en nuestro lugar el castigo que a nosotros nos correspondía. Y eso lo anuncia desde el principio; mejor dicho: no lo anuncia; lo hace, sometiéndose al bautismo del perdón de los pecados.
"Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que en Él fuéramos justicia de Dios". (2 Corintios 5,21).
Este bautismo de Juan toma ya su fuerza del que será el nuevo Bautismo: el que nos dará Jesucristo por su Sangre derramada en la Cruz, por su sepultura y su Resurrección.
"Tengo que ser bautizado con un bautismo, ¡y qué ansias tengo hasta que se lleve a cabo!" (Lucas 12,50).
¿Y por qué digo que tienen relación la presentación de Jesús en el Templo y su bautismo en el Jordán? Porque ninguno de los dos los necesitaba el Señor. Jesús era hijon de Dios. Pero siendo Israel el Pueblo de Dios, era claro que Jesús debía ser hijo de Israel, y lo sería por ser hijo de María y al ser adoptado por José como su propio hijo. Entonces, lo que la ley mandaba era lo siguiente: "Redimirás a todo primogénito humano de entre tus hijos" (Éxodo 13,13). Pero resulta que todo el valor que tenían esas redenciones era como anticipo de la verdadera Redención por el verdadero Redentor, que es Jesucristo, y que obviamente no necesitaba ser redimido. Como la sangre del cordero señaló las puertas de los judíos en Egipto para que el ángel no matara al primogénito de cada casa, así todos los primogénitos de Israel eran salvados, rescatados, por la sangre de otro cordero o por un pago en especie. Pero el verdadero Cordero, del que esos corderos no eran más que un anticipo, una imagen, es Jesucristo. El Redentor, el que es la Redención misma para todos nosotros, no necesitaba ser redimido.
A Jesús le correspondía ese cumplimiento, pero no lo necesitaba. A María, legalmente también le correspondía, pero en realidad, tampoco lo necesitaba. Según la ley del Levítico, la mujer quedaba impura por el flujo de sangre, y por eso toda mujer debía purificarse tras el parto. Pero el nacimiento de Jesús se produjo sin que se rompiese la integridad virginal de María, como ha enseñado el Espíritu Santo a la Iglesia, de tal forma que Jesús nació "como pasa la luz por el cristal, sin mancharlo ni romperlo". Por cierto, qué imagen tan hermosa es ésta que nos enseña la Tradición, porque esta luz, Jesús, es la Luz misma, y el cristal es el cuerpo inmaculado de María, perfectamente transparente para Dios.
María, por tanto, también hace algo que no necesita. El Redentor no necesitaba ser redimido. Y la Purísima no necesitaba purificarse. Tampoco necesitaba expiar sus pecados con el sufrimiento, porque ella no los tenía, ni los había tenido nunca, ni tenía en sí sombra de concupiscencia, reato de culpa ni apego alguno a nada que no fuera Dios mismo y que necesitase ser purificado por el fuego del sufrimiento. Sí había necesitado la redención preventiva de Cristo -porque era hija de Adán-, para no ser concebida con el pecado original, pero no necesitaba la purificación del sufrimiento, pues en ella jamás había habido nada que purificar. Sin embargo, si su Divino Hijo vino a sufrir, ¿cómo no iba a participar ella en sus dolores? Y así, al pie de la cruz, padeció para nosotros lo que ella no necesitaba para sí misma, haciendo lo que dice San Pablo:
"Completo en mi propia carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia" (Colosenses 1,24)
No es que a Cristo le hagan falta nuestros sufrimientos porque los suyos fueran insuficientes para nuestra plena santificación. Es que Dios ha querido asociarnos así a su sufrimiento en nuestro propio favor. Pero María, que fue justificada preventivamente, impidiendo, por los méritos de Cristo, que fuese siquiera tocada por el pecado original, no necesitaba purificarse. Sufrió unida a su Hijo, al pie de la cruz, de la misma forma que se unió a su hijo en la presentación en el Templo: sin necesitarlo para sí misma. La que no tenía impureza, pasó por impura para colaborar en nuestra purificación. Todos los cristianos, en realidad, una vez unidos a Cristo por la gracia, colaboramos en la purificación de los demás por la comunión de los santos, de forma que nuestros sufrimientos cobran valor en Cristo, y constituyen un verdadero mérito en favor de nosotros mismos y de otros. Se da la particularidad de que nosotros necesitamos esa purificación también para nosotros mismos, pero María no la necesitaba para sí misma de ninguna forma. Su entrega fue totalmente en favor nuestro. No podía ser de otra forma: era necesario que ella aceptara los padecimientos de su Hijo en obediencia al Padre; todo eso lo empezó a aceptar, en realidad, cuando dijo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1,38).
Pero... a lo que íbamos: ¿qué significa la segunda parte de la profecía de Simeón?
"Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de Él. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de contradicción, y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones". (Lucas 2,34-35).
Está claro que la espada que atravesará el alma de María es ver a su Hijo e Hijo de Dios, inocente, padecer y morir, siendo despreciado, como un pecador, como un criminal. Así escrito, como viene en la Biblia de Nácar-Colunga, parece que el hecho de que el corazón de María sea atravesado por esa espada, servirá para que se descubran los pensamientos de muchos corazones. Pero la Biblia de Navarra traduce de otra forma, cambiando los signos de puntuación y el sentido de la frase:
"Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción -y a tu misma alma la traspasará una espada-, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones".
Según esta otra traducción, que coloca la profecía sobre la espada como una nota interpolada en la profecía sobre Jesús, lo que servirá para descubrir los pensamientos de muchos no es la espada que herirá a María, sino el propio Jesús como signo de contradicción.
Como no sé Griego, no puedo acudir al original para traducirlo yo mismo; y aunque me pudiera a estudiarlo, tardaría toda una vida en ponerme a la altura de dos equipos de expertos traductores que ni ellos se ponen de acuerdo entre sí. Así que voy a ir directamente a la Tradición, para ver cómo se interpreta este pasaje, usando ese lujazo que tenemos que es la Biblia "clerus", que relaciona toda la Escritura con la.Tradición y Magisterio de la Iglesia.
Encontramos referencias a este detalle en dos Padres de la Iglesia: Orígenes (s.III) y San Gregorio Niceno (s.IV).
San Gregorio Niceno: "Pero no declara que ella sola habría de sufrir en la pasión, cuando añade "Para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones", con lo que expresa el hecho, pero no la causa, porque después de estos sucesos se siguió para muchos el descubrimiento de sus pensamientos. Unos confesaban a Dios en la cruz, otros no dejaban de insultarlo e injuriarlo. O tal vez se dice esto en el sentido de que durante la pasión se manifestó la meditación en el corazón de muchos, que se enmendaron por la resurrección, reemplazando después la duda con la certidumbre. Acaso por revelación debemos entender iluminación, conforme al sentido habitual de la Escritura".
Orígenes. "Había en los hombres pensamientos malos, que fueron revelados para que los destruyera el que murió por nosotros. Puesto que es imposible destruirlos durante el tiempo que permanecen ocultos, por lo que, si nosotros pecamos, debemos decir: "no he ocultado mi maldad" (Ps 31,5) Si manifestamos nuestros pecados, no solamente a Dios, sino a aquellos que pueden curar las heridas de nuestras almas, se borrarán nuestros pecados".
Según San Gregorio de Nisa, no parece que el descubrimiento de los pensamientos se deba a la espada que atravesó a María, sino a la propia Pasión de Cristo. En su audiencia del 3 de Enero de 2007, Benedicto XVI también lo interpreta así.
"Pero Jesús, el verdadero Jesús de la historia, es verdadero Dios y verdadero hombre, y no se cansa de proponer su Evangelio a todos, sabiendo que es "signo de contradicción para que se revelen los pensamientos de muchos corazones" (cf. Lc 2,34-35), como profetizó el anciano Simeón".
Esta explicación del Papa ayuda mucho, porque habla ya del Evangelio, que al ser anunciado es signo de contradicción (unos lo aceptan y otros lo rechazan) para que se revelen los pensamientos de muchos corazones. Cuando predicamos a Cristo crucificado, unos lo creen, mientras que para otros es escándalo o necedad.
Pero una homilía de Juan Pablo II (2-2-1979) sí asocia el descubrimiento de los pensamientos al padecimientio de María:
"Por fin, Simeón dice a María. primero mirando a su Hijo: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción». Después, mirando a Ella misma: «Y una espada atravesará tu alma, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34-35).
Este día es su fiesta: la fiesta de Jesucristo, a los 40 días de su vida, en el templo de Jerusalén según las prescripciones de la ley de Moisés (cf. Lc Lc 2 Lc Lc 22-24). Y es también la fiesta de Ella: de María. Ella lleva al Niño en sus brazos. También en sus manos El es la luz de nuestras almas, la luz que ilumina las tinieblas de la conciencia y de la existencia humana, del entendimiento y del corazón.
Los pensamientos de muchos corazones se descubren cuando sus manos maternales llevan esta gran luz divina, cuando la acercan al hombre.
¡Ave, Tú que has venido a ser Madre de nuestra luz a costa del gran sacrificio de tu Hijo, a costa del sacrificio materno de tu corazón!"
En el mismo sentido se pronuncia el mismo día del año siguiente:
"Cuán necesario es que también nosotros fijemos la mirada en el alma de María, en esta alma que, según las palabras de Simeón, fue atravesada por una espada para que se revelasen los pensamientos de muchos corazones".
Pero cambia el mismo día del año 1998: "En efecto, Simeón, al dirigirse a María, le profetiza: «Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma». Lo mismo se ve en años siguientes.
Cabe recordar también la imagen de la Piedad. Viendo a la madre con el hijo inocente muerto en los brazos, no se puede imaginar uno una imagen más viva de la predicación de Cristo crucificado. Las esculturas e imágenes nos presentan a la Virgen mostrándonos al Hijo. Esta imagen tiene también una fuerza tremenda, como una recopilación de toda la Pasión, en la película de Mel Gibson, cuando la Madre mira directamente a los ojos del espectador mientras muestra a su Hijo muerto en sus brazos, como preguntándote: "¿y cómo te posicionas tú ante esto?" Ahí se "descubren" tus pensamientos. Es como si dijera: "Mi hijo ha muerto por ti, ¿vas a dejar que su sacrificio haya sido en vano para ti?" Esta idea recopila las dos interpretaciones, la de Benedicto XVI y la de Juan Pablo II: el dolor de María en la Piedad es a la vez el anuncio del Evangelio, de la Pasión, de Cristo crucificado y muerto por nuestros pecados. Es que el dolor de la Madre no se queda en sí misma. Si en las bodas de Caná nos dijo "haced lo que Él os diga", en la Piedad nos dice: "mirad lo que Él ha hecho". Ante ese anuncio tremendo ya no caben excusas: o se acepta el sacrificio de Cristo, o se rechaza. La Piedad es la viva imagen del anuncio del Evangelio por la Iglesia. La espada que atraviesa el corazón de María es el propio Jesús muerto para salvarnos. El dolor que atraviesa el corazón de María es el sufrimiento que su Hijo ha tenido que padecer por nosotros; por ti, por mí. Y ella no protesta por ese padecimiento: se lo ofrece a Dios, lo soporta como Jesús soportó por obediencia su Pasión. Su dolor no es un dolor de "mira lo que me ha pasado por tu culpa", sino de "mira mi dolor, que es motivado por el sufrimiento de mi Hijo: aprovecha su sufrimiento para tu salvación, que para eso Él lo ha dado todo por ti". Ella sufre compartiendo no sólo el dolor, sino también la intención de ofrecimiento de su Hijo. Ella está de acuerdo con Él en soportar aquello por nosotros. Es tremendo, pero es así. La Madre acepta por amor a nosotros el sacrificio espantoso de su Hijo y el suyo propio. Ella, porque nos ama y quiere que nos salvemos, acepta que se ofrezca su Hijo y se ofrece ella misma obedeciendo la voluntad del Padre.
Dice San Roberto Belarmino en "Las 7 palabras": "Y puesto que el martirio del corazón es más amargo que el martirio del cuerpo, San Anselmo en su obra Sobre la excelencia de la Virgen dice que el dolor de la Virgen fue más amargo que cualquier sufrimiento corporal. Nuestro Señor, en su Agonía en el Huerto de Getsemaní, sufrió un martirio del corazón al pasar revista a todos los sufrimientos y tormentos que habría de soportar al día siguiente, y abriendo en su alma las compuertas al dolor y al miedo empezó a estar tan afligido que un Sudor de Sangre mano de su Cuerpo, algo que no sabemos que haya resultado jamás de sus sufrimientos corporales. Por tanto, más allá de toda duda, nuestra Bienaventurada Señora cargó una pesadísima cruz, y soportó un dolor conmovedor, de la espada de dolor que atravesó su alma, pero se mantuvo de pie junto a la Cruz como verdadero modelo de paciencia, y contempló todos los sufrimientos de su Hijo sin manifestar signo alguno de impaciencia, porque buscó el honor y la gloria de Dios más que la gratificación de su amor materno. Ella no cayó al suelo medio muerta de dolor, como algunos imaginan; tampoco se cortó los cabellos, ni sollozó o gritó fuertemente, sino que valientemente llevo la aflicción que era la voluntad de Dios que llevase. Ella amó a su Hijo vehementemente, pero amó más el honor de Dios Padre y la salvación de la humanidad, del mismo modo que su Divino Hijo prefirió estos dos objetos a la preservación de su vida. Más aún, su inconmovible fe en la resurrección de su Hijo acrecentó la confianza de su alma al punto que no tuvo necesidad de consolación alguna. Ella fue consciente de que la Muerte de su Hijo sería como una pequeña dormición, tal como dijo el Salmista Real: "Yo me acuesto y me duermo, y me despierto, pues Yahvé me sostiene" (Ps 3,6)".
Creo que con esto vemos el sentido de ese dogma que algunos está pidiendo, de que María es co-redentora, porque participó en la obra de nuestra redención, como todos lo hacemos uniéndono a Cristo, pero de una forma singular y mucho más profunda que ningún otro de nosotros.
Ver comentarios