Pero Jesús no se presenta a todos. Así que el hecho fundamental de nuestra fe queda velado para la inmensa mayoría, que recibimos de otros el testimonio y creemos. La Resurrección es tan importante, que dirá San Pablo que "si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe" (1 Cor 15,14), y que quien crea en Cristo Resucitado se salvará: "Porque si confesares con tu boca a Jesús como Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rom 10,9). Lógicamente, eso no significa que nos salvemos sólo con una fe meramente intelectual y vacía de caridad.
San Judas Tadeo, uno de los doce Apóstoles, unos días antes de la Pasión, tuvo el acierto de preguntarle a Jesús cómo era eso de que iba a resucitar y a manifestarse a ellos, pero no al resto del mundo. Es posible que, con corazón de evangelizador, ya pensara en lo difícil que iba a ser convencer de que Jesús había resucitado a quienes no le hubiéramos visto directamente. "Respondió Jesús y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Juan 14,23). Si lo que le preocupaba a Judas Tadeo era que no le creyeran, Jesús le dice que "si alguno me ama, guardará mi palabra". Justo después, precisamente, anuncia Jesús el envío del Espíritu Santo. El que ama a Cristo, está recibiendo la acción del Espíritu Santo. Así es la fe, que según San Pablo, viene por la predicación, por el oído: "Por consiguiente, la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo" (Rom 10, 17). El evangelizador predica, y eso convence a los que no han visto a Jesús resucitado porque el Espíritu Santo les infunde ese amor a Jesucristo, que es la verdad, para que crean esa palabra y la guarden en su corazón, con toda su enseñanza y mandamientos. Es el don de la fe. "Guardar" la palabra no tiene sólo el sentido de creerla, sino también el de cumplirla.
Santo Tomás Apóstol, el incrédulo (Juan 20, 24-29)
Un ejemplo curioso es el de Tomás que, como sabemos, no estaba en la primera aparición de Jesús a sus discípulos y no cree que haya resucitado. Jesús se le aparece luego para que crea y acepta entonces su fortísima confesión de fe en su divinidad:"¡Señor mío y Dios mío!". Pero es interesante que le recrimina su falta de fe: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto". Jesús habla de nosotros, los cristianos que creemos sin haber visto sensiblemente a Jesús. Dice que somos dichosos, más dichosos que el Apóstol Tomás, que necesitó ver para creer.
Sí, Jesús esperaba que Tomás creyera a partir de la palabra trasmitida por aquellos que sí le habían visto. Esa es la realidad que tantas veces vemos cumplida en la historia de la Iglesia: el evangelizador predica y parte de sus oyentes cree, asistidos por el Espíritu Santo. Creen y aceptan la Palabra de Dios, y cumplen sus mandamientos.
"Oyendo esto los gentiles se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo cuantos estaban ordenados a la vida eterna" (Hechos 13, 48).
"Oyendo esto los gentiles se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo cuantos estaban ordenados a la vida eterna" (Hechos 13, 48).
San Pablo y su visión mística (1 Cor 15, 1-9)
Es curioso que San Pablo, cuando habla de testigos directos de Cristo Resucitado, habla de sí mismo al final. Aunque sea como él dice "como a un aborto", refiere: "se me apareció también a mí". Se considera testigo directo de Jesucristo resucitado, aunque Jesús se le apareció en una visión interior, a la que él concede casi tanto valor y seguridad como el encuentro de presencia física que experimentaron todos los que menciona anteriormente. Su visión es real, dialoga verdaderamente con Jesús, pero es puramente mística, interior; los que estaban con él no vieron nada. Es posible, por tanto, ese encuentro místico con Jesucristo, y no es algo propio exclusivamente de ascetas o personas avanzadas en la santidad; ahí lo concede Dios a quien iba camino de Damasco a perseguir a los cristianos.
En mayor o menor grado, esto ha sucedido también en la historia: muchos, de diversas formas, reciben gracias místicas que suponen un encuentro sensible más o menos intenso con Jesucristo vivo, resucitado, o una experiencia íntima y poderosa de su acción y su amor. Como en un mundo actualmente tan descreído -al modo de Tomás- y tan dependiente de lo sensible, esta es una forma por la que no pocos de los nuevos cristianos llegan a la fe, muchos han llamado a esto "encuentro personal con Jesucristo". No podemos olvidar, sin embargo, que para muchos, especialmente los que conservan la fe bautismal, su encuentro personal con Jesucristo se dio cuando sus padres, familiares y catequistas (es decir, la Iglesia) les llevaron la palabra de Jesús, y ellos la guardaron en su corazón, y que ese encuentro se hace vivo cotidianamente para todos en los sacramentos, especialmente en la Penitencia y la Eucaristía.
Hay también otra forma de la que Dios se ha valido para llevarnos a la fe junto con la predicación, y es el poder de sus obras: curaciones, prodigios, milagros... Todo ello contribuye a mostrar el poder de Dios y vencer la incredulidad del entendimiento, como leemos en el Evangelio: "Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban" (Marcos 16,20). Es un complemento a la predicación, y se dirige al entendimiento, pero de nada valdría tampoco si no apareciese en nosotros ese amor que nos viene por el Espíritu Santo.
Hay también otra forma de la que Dios se ha valido para llevarnos a la fe junto con la predicación, y es el poder de sus obras: curaciones, prodigios, milagros... Todo ello contribuye a mostrar el poder de Dios y vencer la incredulidad del entendimiento, como leemos en el Evangelio: "Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban" (Marcos 16,20). Es un complemento a la predicación, y se dirige al entendimiento, pero de nada valdría tampoco si no apareciese en nosotros ese amor que nos viene por el Espíritu Santo.
San Juan Apóstol y su fe sin ver (Juan 20, 1-9)
Un ejemplo de esas personas que comentábamos antes, que creen en Jesucristo resucitado sin haberle visto, fue inicialmente San Juan, el Apóstol y Evangelista, que era aún un adolescente por aquel entonces. El testimonio de María Magdalena al principio, había sido más desconcertante que otra cosa: "se han llevado al Señor del monumento y no sabemos dónde le han puesto". Cuando, tras llegar corriendo con Pedro, Juan se asomó al sepulcro y miró los lienzos que habían cubierto el cadáver, "vio y creyó"; para él fue bastante. Amaba a Jesús y guardó su palabra.
Luego, como los demás Apóstoles, sí vio a Jesús resucitado, pero Juan ya creía antes. En nuestros días también ocurre, y es muy común, que personas que al principio creyeron sin una confirmación sensible, luego -a veces mucho después- sí reciben esta confirmación en forma de consuelos o de otros encuentros místicos más fuertes. En realidad, la relación con Jesucristo es la relación de una persona humana con una Persona divina. y en tal relación toda la persona está implicada, con su entendimiento y su voluntad, pero también con su sensibilidad. En realidad, lo raro es lo contrario, una relación con Dios en la que no se reciba de Él absolutamente ningún consuelo. Lo que hace que hayamos tenido un encuentro personal con Jesucristo no es tanto un mayor o menor consuelo espiritual o gracia mística, sino un encuentro que nos ha cambiado la vida y nos mueve a seguirle como nuestro Señor y Salvador, el centro de nuestra vida. Para quienes conservan intensa la fe bautismal desde niños, ese encuentro salvador fue en su Bautismo, acompañado luego por su vida en la familia y la Iglesia. Para muchos que pierden la fe y la gracia del Bautismo o que no las tuvieron nunca, se da ese encuentro en la edad juvenil o adulta, que les cambia la vida y les introduce en la Iglesia de Cristo.
Muchos no llegarán siquiera a tener ocasión de recibir la predicación de la Iglesia, pero tienen la conciencia. Según el Beato John Henry Newman, "la conciencia es el primero de los vicarios de Cristo" (Carta al Duque de Norfolk; citada en Catecismo 1778). En mi opinión -y esto es algo que consta como pendiente de aclarar en la Declaración "Dominus Iesus"de la Congregación para la Doctrina de la Fe- si tienen conciencia, escuchan, aunque débilmente a veces y entre muchos peligros, la voz de Cristo, y el Espíritu Santo les puede ayudar a guardar esa palabra, a seguir a Dios y a aceptar la Palabra de la forma que pueden, arrepintiéndose incluso de corazón por sus pecados, de forma que responden así a la verdad que han conocido, que es Cristo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por mí" (Juan 14,6).
En cualquier caso, la afirmación de Jesús, de que el que le ame guardará su palabra, se viene cumpliendo a lo largo de la historia de la Iglesia: el evangelio de la resurrección de Cristo es predicado y los elegidos creen.
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