Con mi mujer y los tres pequeños, subimos la escalera y vimos el elevador que le habían instalado a lo largo de ella, primera muestra de un verdadero amor. Fuimos acogidos por su marido, Evadio, y entramos en el salón de la casa. Mientras hablaba me di cuenta de que ella estaba detrás de mí, postrada en una cama en medio del salón. Nos saludamos con esa confianza y alegría que da el ser familia y los momentos compartidos, aunque lleváramos tanto sin hablar...
Es difícil de contar lo que había allí, porque esa enfermedad estaba llena de vida, de alegría y de paz. Eso es lo que había en aquella casa, había... ¡luz! Conchi estaba guapa, y no apartada o escondida en el dormitorio, sino en el centro de la casa, llenándola con su sonrisa. Hablaba con dificultad, pero como si no la tuviera. A su alrededor se palpaba verdadero amor por parte de su marido y sus primos, y ella misma era una fuente de dulzura. Inmediatamente hablamos de Medjugorje, lugar de apariciones de la Virgen María, en Bosnia-Herzegovina, donde hacía pocos años había estado con mi familia. Ella deseaba mucho ir, pero el avance de su enfermedad se lo impidió.
Ese día, yo le llevaba agua de Lourdes, pero no sabía siquiera, tras tantos años, desde la adolescencia, si Mari Conchi era creyente. Me encontré con una persona y una familia llenas de auténtica fe en Dios, que la repartían a manos llenas. Varios sacerdotes se turnaban para llevarle la Eucaristía, y todos los días Conchi dirigía una oración con familiares y amigos, leyendo el Evangelio. Rezamos y le pedí a la Virgen su curación, antes de beber el agua del manantial. Vernos y compartir nuestra fe y devoción por la Virgen fue una gran satisfacción para ambos. Salimos de su casa contentos y llenos de inspiración, a pesar del drama humano que allí se vivía.
A los ocho días, ya estando de vuelta en casa, recibí la noticia de su muerte. De nuevo en Pozoblanco, me contaron que se había ido rodeada de su familia y amigos, con más de cuarenta personas en la casa, pidiendo perdón y en paz, tras haber recibido los sacramentos. Me contaron que, pese al dolor, no se había ido del todo aquella alegría que humanamente es imposible de explicar y difícil de entender... era la realidad de la vida y la muerte, mostrando su auténtica verdad: llenas de esperanza, una esperanza no fingida, del corazón, dada por Jesús.
En el funeral, la enorme Iglesia de Santa Catalina apenas bastaba para contener a los asistentes. Varios sacerdotes, del pueblo y alrededores, oficiaron la Misa. Su féretro fue conducido a hombros, atravesando el pueblo, hasta el cementerio, como un barquito de corcho sobre un río de gente. El testimonio de tantas personas que habían pasado por su casa y habían recibido una respuesta personal de auténtica fe y amor, era demasiado evidente como para no ver allí algo que allí había algo sobrenatural. Conchi misma había sido transformada en los últimos años de su vida, dando a los demás un agua que manaba de arriba. Su familia había formado con ella esa iglesia doméstica que acogía a todos los que se le acercaban.
Paseando con mi hermana por el pueblo y explicándole todo esto, le comenté, como quien cuenta una historia sin final, que Conchi quería haber ido a Medjugorje, que no pudo por su enfermedad, y que un sacerdote le había dicho: “si tú no puedes ir a Medjugorje, Medjugorje vendrá a ti”. Mi hermana me respondió que eso se había hecho verdad, porque todo lo que le había contado era la presencia de Medjugorje en su casa.
Entonces lo entendí, y recordé el nombre con el que la Virgen se aparece en aquel pueblo lejano: “la Reina de la Paz”: allí hubo paz en medio de la enfermedad y la muerte, paz para Conchi misma, que rebosa para los demás, esa paz que el mundo necesita y que el mundo no puede darse a a sí mismo...
Creo que aquello fue un regalo especial, no es que tenga que suceder siempre así. Una enfermedad como el ELA, se lleva como se puede, como Cristo llevó la cruz y sufrió también aquel terrible abandono de Dios... para abandonarse luego Él mismo en manos del Padre.
Descansa en paz, Conchi, en esa paz que está viva, que nos ama y que es Vida eterna. Y no te olvides de rogar por nosotros, para que el Señor nos transforme como te ha transformado a ti. Amén.
La Reina de la Paz, Medjugorje
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