Este mes hemos asistido a una movilización contra la traición de Sánchez. Muchos juristas aducen que la amnistía es anticonstitucional, pero la mayoría de analistas desconfía de que el Tribunal Constitucional, con eso que llaman “mayoría progresista” vaya a pararle los pies. La división y el enfrentamiento entre derechas e izquierdas está alcanzando niveles que no se habían visto nunca en nuestra democracia.
Pero el problema de España no es Pedro Sánchez, que por cierto parece contar con el apoyo de media España, o casi. El problema tampoco es eso que algunos llaman la “unidad territorial” del estado. España se pudre desde dentro, como toda la sociedad occidental, y lo que estamos viendo solo es un episodio más. Solucionémoslo, sea que el Tribunal Constitucional tumbe la amnistía, caiga Pedro Sánchez, se repitan elecciones y gane la derecha… y no habremos arreglado nada. España se seguirá descomponiendo por dentro y por fuera. Ya está descompuesta, como el resto de la sociedad occidental. Porque un país no es el territorio, son las personas que lo habitan, es la sociedad que ellas forman, y esa sociedad está rota, sin cohesión, sin principios, sin verdadera ética, sin Dios.
“Occidente ha perdido a Cristo, y por eso perecerá”, escribió Dostoievski. A muchos, esto le parecerá un discurso espiritualoide. Pero se traduce en una Constitución que no se cumple. La Constitución reconoce el derecho fundamental más básico, el derecho de todos a la vida en su artículo 15. Pero ya en 1985, ni una década después de ser promulgada, interesó a la mayoría parlamentaria aprobar el aborto y el Tribunal Constitucional lo apoyó con una manipulación torticera. Si la ley constitucional puede saltarse a conveniencia, y siempre habrá un tribunal dispuesto a encajar como sea la conveniencia de la mayoría, el marco legal es papel mojado. Nadie está realmente protegido contra la tiranía.
Un marco jurídico y un estado que no reconocen la ley natural y la pisotean, pueden ser muy formales y legales, pero son esencialmente ilegítimos, y eso es lo que hemos visto desarrollarse en miles de formas impensables… Sin embargo, nos las hemos tragado con bastante facilidad, y con complicidad de la inmensa mayoría de la derecha: ataques de todo tipo a la familia, ”matrimonio” gay, manipulación de los niños en la escuela con la ideología de género y el feminismo radical, aborto, eutanasia, pornografía incluso desde la infancia, fomento de la promiscuidad en los adolescentes, indiferencia e incluso apoyo a injusticias internacionales que nos convienen -expolio de África, fomento de la inmigración, matanzas de cristianos en Oriente Medio y África-, manipulación del precio de la vivienda, mercantilización del trabajo… Pero aún peor es lo que sucede dentro de cada casa. Cientos de miles de menores salen de la infancia habiendo sido abusados y abusadas sexualmente dentro de sus propias familias o en su entorno más cercano. Los ancianos son abandonados en residencias penosas que hacen dinero a su costa y muchos ni van a visitarles. Hay violencia en las familias, no hay paz ni amor para criar a los hijos, abandonados entre el porno y las redes sociales.
Todo esto es consecuencia de haber perdido primero, a Dios, segundo, la ética natural, y tercero, el sentido común, en ese orden y con relación de causalidad. No es cuestión de izquierdas y derechas, no ha venido en unos años con Pedro Sánchez, y no se detendrá aquí. Pedro Sánchez solo es el enésimo tonto útil del nuevo orden mundial. No vamos a salvar la unidad de España porque él abandone la presidencia. Salvar la unidad de España pero sin salvar todo lo que está antes no es más que un vacío nacionalismo, una ideología inútil, miope y contraproducente. Hace falta muchísimo más, porque España es muchísimo más. Por eso se rompe, por eso está rota.
Hace solo unos meses, tras once años de silencio prevaricador para no tener que sentenciar en contra, el Tribunal Constitucional sentenció a favor de la ley del aborto de Aído. Ya entonces, la nueva “mayoría progresista” demostró que el interés político está por encima de la Constitución. Por eso nadie se fía ya del Tribunal Constitucional, y con razón. Pero entonces no hubo manifestaciones multitudinarias de indignación, ni se dedicaron horas y horas de televisión y radio a ese terrible asunto, que convertía la Constitución, aún más, de nuevo, en papel mojado. Si una sociedad asume que puede matar anualmente a cien mil de sus hijos en las cloacas de la revolución sexual y no pasa nada, esa sociedad está renegando de toda ley, y está ya descompuesta. Que la descomposición lleve a la destrucción, en la nación y dentro de cada casa, es cuestión de tiempo, pero es inexorable. Es imposible construir una sociedad justa y en paz sobre los cadáveres de millones de nuestros hijos. Imposible. Esto no lo dice casi nadie, pero es la pura realidad. Lo sabía bien la Madre Teresa, que dijo: “la mayor amenaza para la paz es el aborto”.
Cuenta la leyenda que la madre de Boabdil le recriminó cuando este abandonaba Granada entre sollozos: “llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Pues es lo que nos pasa ahora: hemos dejado que toda nuestra sociedad se destruya, la hemos destruido nosotros mismos, y ahora nos extrañamos y violentamos porque España se rompe: ¿por qué no protestamos cuando era la vida de cien mil niños la que estaba en juego? Porque eso era realmente España: esos niños, esa justicia. Nos olvidamos de lo de dentro y defendemos lo de fuera, la cáscara. Decimos defender España sin defender los principios que la cohesionan, y sin defender la justicia ni el derecho. Si defendiéramos eso, la vida, la familia y la justicia social e internacional, seguro que encontraríamos la forma de que personas con sensibilidades distintas cooperasen, cada uno con su aportación, en lugar de alimentar esta guerra fútil de izquierdas y derechas con la que nos tienen atontados y aborregados.
España no se defiende rompiéndola, no se defiende odiando, no se defiende alentando una tramposa división entre izquierdas y derechas -ningún reino en guerra civil pude subsistir, sino que va a la ruina casa por casa, dice el Evangelio-. Esa división beneficia al nuevo orden mundial, que nos quiere débiles, divididos, y a España, desaparecida, rota y subyugada, porque nos tiene miedo. A España, y a toda la sociedad hispana o de raíz cristiana, la rompen tanto las ideologías comunistoides y queer al servicio del dinero internacional, como los nacionalismos baratos y vacíos, sean catalanes, vascos o españoles, que en el fondo nos debilitan y sirven a intereses nada democráticos de los más poderosos del planeta.
España somos todos, y cuanto menos nos odiemos entre nosotros, mejor nos irá. No hay otra solución, por el momento, que reevangelizar nuestra sociedad. Ante el imperio de la mentira, no hay otro antídoto que Cristo, el Rey que vino a dar testimonio de la verdad, y todo el que es de la verdad, escucha su voz. ¿Cómo va a haber un Gobierno justo en España, votado por la mayoría, si solo una minoría defiende la ley natural, es decir, la vida, la familia y la justicia social e internacional, y si encima hemos de enfrentarnos a la tiranía del nuevo orden mundial, a lomos del gran poder económico? ¿Y cómo vamos a respetar la ley natural, inscrita en la realidad de la creación y del hombre, si renegamos de su Autor? De nada sirven protestas, rasgamientos de vestiduras y sesudos discursos de expertos juristas y politólogos, si no nos damos cuenta que el problema no es que tengamos a Sánchez, es que hemos dejado a Cristo, y que de aquellos barros del aborto en 1985, vinieron estos lodos de ahora. Evangelizar, ese es el único camino en este momento, y defender la justicia y el derecho, pero en todo, no solo en lo territorial. Otra cosa no sirve.
Inmaculada Concepción, patrona de España, ruega por nosotros.
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